Una ciudad extranjera a finales del invierno. Por fin los días comenzaban
a ser más largos y el sol a calentar un poco, derritiendo la nieve que se había
apoderado de las calles. La soledad se vuelve abismal en el invierno y yo estaba
solo, viviendo un duelo que ya se había prolongado demasiado y que había
iniciado incluso antes de que terminara una relación que quizá se extendió más
que de lo que debía.
Tuve muchos amantes en esa época. Siempre he pensado que para combatir
una perdida hay que aferrarse a la vida, y yo me siento vivo cuando tengo un
orgasmo, cuando esa sensación de electricidad recorre mi espina dorsal y nubla
mi cerebro, olvidándolo todo por un instante, suspendido en el tiempo y en el
espacio; y ya nada es importante mas que ese pequeño momento… Pero no todos los
orgasmos son así de intensos y llegar a experimentar uno perfecto no es fácil.
Un día de mucho frío conocí a S., que me invitó a su departamento.
Cogimos por horas y horas, nos cumplimos muchas fantasías, nos entregamos a un
sexo desenfrenado y sin pudor. Dijimos que si queríamos coger de nuevo nuestra
clave sería “¿Nos tomamos un vodka?” Esa tarde estaba invadido por la
melancolía y el aburrimiento cuando sonó mi celular; era un mensaje suyo que me
iluminó y me provocó una erección. “Claro que quiero. Claro que voy a tu
departamento”, le contesté.
La noche comienza a caer. El cielo se pinta de azul marino. Yo espero
en la calle. El frío cala en todo el cuerpo. Sean aún no llega, me ha enviado
un mensaje para decirme que viene tarde. Yo me dirijo a la gasolinera de al
lado y en la pequeña tiendita pido unos cigarros y unas pastillas de menta.
Vuelvo a las afueras de su edificio. Me recargo en la pared y enciendo
un cigarro, observando el humo que emiten mis labios y que se pierde en el aire
frío. Es el invierno más helado que he vivido jamás.
Cuando veo llegar a S. en su bicicleta, no puedo evitar excitarme.
Reparo en sus piernas gruesas y en sus nalgas que se marcan en sus ajustados
jeans. Se quita el casco, el cabello despeinado le viene bien. Se acerca a mi y
sonríe, pidiendo disculpas por el retraso. Me da un brevísimo beso en los
labios.
Subimos las escaleras del edificio hablando de cualquier
cosa. Él viene cargando una mochila y me cuenta que fue al gimnasio. Dice que
tendrá que tomar una ducha pero yo le digo que no lo haga y me abalanzo contra
él, le doy un beso largo. Siento su lengua caliente dentro de mi boca. El mundo
comienza a desaparecer detrás de la puerta de su departamento.
En su habitación, nos quitamos la ropa. Enredo mis dedos en su cabello
y con la otra mano desabotono sus jeans, la deslizo dentro de su ropa
interior y toco con mis dedos su culo. Siento en sus vellos su sudor después de
haber venido en bicicleta. Y oliendo su cuerpo, noto que tengo una erección que hace reventar mis jeans.
Él se hinca y hábilmente desabrocha mi cinturón. Baja mis boxers. Saca
mi pene y lo observa, sonriendo. Abre la boca y deja que la penetre hasta el
fondo. Me dice “muévete, cógete mi boca”. Y yo lo hago mientras veo como su
rostro se enrojece por la excitación.
Luego lo acuesto en la cama y le lamo el culo. Él se abre con las
manos y yo lo penetro con la lengua. Estamos así por mucho tiempo…
Después hacemos una pausa para tomar algo. Él me sirve el vodka
prometido y me hace sonreír. Desnudos, tirados en el colchón sobre el piso, le
cuento que son mis últimos días en esa ciudad y que pronto he de volver a mi
país. Él dice que, en ese caso, deberíamos aprovechar toda la noche. Sólo que
él debe ir al bar donde trabaja a entregar unas cosas. Sugiere que yo lo espere
pero en el momento en que hace esa proposición duda, y yo leo el titubeo en su
mirada…
Toma una ducha rápidamente mientras yo echo un vistazo a sus películas.
Cuando sale del baño, mientras se viste, hace una pausa y me mira a los ojos,
intentando descifrarme: “No te conozco”, dice. Me resulta extraña aquella
frase, pensar que en realidad no sabemos quiénes somos aunque hemos compartido
nuestro cuerpo hasta saciarnos. “¿Cómo sé que no vas a vaciar mi departamento
mientras yo no esté?”, continúa, y yo no sé qué responderle. Entonces sonríe:
“Hagamos un trato; me llevaré tu cartera mientras voy al trabajo y tu me esperas aquí. Así tendremos que confiar el uno en el otro”. Mil cosas pasan por
mi mente en ese momento: ¿Y si todo es una trampa? ¿Si hace mal uso de mis
tarjetas bancarias o mi identificación? Claro, yo tampoco le tengo confianza...
Miro sus labios, su cabello, su sonrisa que deja ver su diente
ligeramente chueco; entonces decido fiarme y le entrego mi cartera.
Aquí estoy, en el departamento de un desconocido, sin cartera ni
identificaciones; esperándolo. Intento no pensar en cosas negativas y recuerdo
su olor, lo maravilloso del sexo esta tarde. Afortunadamente traje un libro así
que leo mientras aguardo su regreso.
S. vuelve un par de horas más tarde con una sonrisa de oreja a oreja al
encontrarme y una botella de vodka. Bebemos, hablamos, hacemos el amor.
Le meto la verga hasta la garganta y él está muy excitado, apenas se
toca el pene y su semen inunda su abdomen. Yo me vengo en su boca. Luego lo beso
largamente.
Pasamos la noche juntos. Lo miro dormir, su respiración es pesada pero
no me importa. Cuando la luz del amanecer entra por la ventana, destapo su
cuerpo removiendo la sábana y lo observo largamente, desnudo. Silenciosamente
acerco mis labios hasta su culo y con las manos lo voy abriendo, acercando mi
boca y mi lengua a su ano, comienzo a lamerlo a lengüetadas y por sus gemidos
sé que él está despertando. Siento su mano en la nuca, él me aferra a su culo.
Mi verga está tan dura que se la tengo que meter. Entonces lo levanto y lo
penetro por detrás. “Ha sido la mejor forma en que me han despertado”, me dice
con una sonrisa.
Esa mañana nos despediremos sin saber cuándo volveremos a
encontrarnos. Yo vuelvo a mi país y él se queda en Canadá. Me regresa mi
cartera y yo le digo en tono de broma: “Puedes revisar el departamento, no he
robado nada”. Él sonríe. Después agrego: “Aunque sí quisiera robarme algo: los
calzones que usabas ayer”. Él mira el piso y, haciendo referencia a su ropa
interior tirada, me dice: “Ahí están, róbatelos”. Yo los levanto y los huelo,
aún llevan el olor de su culo. Muchas veces después me masturbaré recordándolo
todo, con esos boxers sobre la cara.