martes, 12 de junio de 2012

Unicornio.



Unicornio.

La música suena fuertemente, se mezcla con una multitud de voces que se funden en un sonido incomprensible. Había una larga fila en el baño, estuvimos formados varios minutos para entrar y cuando llegó nuestro turno, como si fuera una cuestión de practicidad, decidimos entrar juntos para ahorrar tiempo. Orinamos en el W.C. Me concentro en los mosaicos verdes del amplio baño para no mirar a U. que está parado al lado mío, con el pene de fuera. Sigo sin averiguar si es gay o no, muchos hombres heterosexuales van al baño juntos y el acto de orinar al mismo tiempo es tomado como un gesto de camaradería que estrecha la confianza y refuerza la amistad. Tal vez él piensa que yo soy hetero, le caigo bien y me está aceptando como un nuevo amigo, sólo eso. Escucho el chorro de orina que emiten nuestros cuerpos como si fuera uno solo. Finalmente volteo la mirada hacía él. Me sonríe. Nos cagamos de la risa y nos miramos, borrachos.

Nos conocimos en una fiesta y esta noche hemos venido juntos a otra. Yo pasé por él en mi coche. En el trayecto hablamos de cine, de literatura, de la gente que conocemos en común. Bailamos mucho. Encontramos conocidos, saludamos gente. Había mucho ruido y yo me acercaba peligrosamente a su oído con el pretexto de hacerme escuchar. Percibía su olor como de té chai, contemplaba su largo y blanco cuello, los vellos rubios de sus brazos.

U. no parecía gay pero cuando le hablaba sus ojos se concentraban demasiado en los míos, luego bajaba la mirada hasta mis labios como perdiéndose en ellos, posando suavemente su mano sobre mi hombro. Pero lo que más me confundía era su sonrisa: amplia, franca, sexual, que dice todo y no dice nada. Después de esas miradas volteaba a saludar a sus amigos con abrazos apretados y fuertes palmadas en la espalda, como hacen los bugas. Las chicas lo miraban sonrientes y abiertamente coquetas, una que otra también me miraba a mi, U. me las presentaba amablemente.

Bendita la cerveza que nos quiso hacer orinar al mismo tiempo y entonces fuimos juntos a formarnos a esa larga fila. Ahora estamos aquí: en un viejo baño con tina de una antigua y abandonada casa de la colonia Roma que sirve para este tipo de fiestas. U. me mira con su sonrisa que mata. Yo estoy algo nervioso. Alguien toca fuertemente en la puerta, grita que nos apuremos.

Efectivamente, orinar juntos estrecha la confianza entre los hombres. Ahora bailamos más relajados, al menos yo. Lo miro más francamente. En las bocinas se escucha D.A.N.C.E de Justice. Siempre me voy a acordar de él con esta canción.

“Tengo otra fiesta, pero es un poco lejos… ¿Quieres ir?” Claro que quiero ir, lo que sea con tal de alargar lo más posible esta noche.

Mi coche no tiene stereo, me lo robaron hace un par de meses. Lo lamento porque siempre es bueno tener música; no te obliga a hablar, mata el silencio e impone un mood preciso que puede ayudar en este tipo de momentos. Afortunadamente tengo mi iPod. Lo saco de mi bolsillo y pongo un audífono en uno de mis oídos, el otro se lo pongo a U. Le doy el iPod para que elija qué escuchar. ¿Será casualidad? Siempre he pensado que la casualidad nos habla. ¿Por qué elige “Chasing Cars” de Snow Patrol, esa canción que últimamente me significa tanto? Sin duda, hay una conexión especial entre nosotros, más allá de nuestras preferencias sexuales.

Paro en una gasolinera y U. amablemente se ofrece a pagar, yo lo tomo como un gesto de caballerosidad. Se baja a orinar una vez más en el baño de la gas. Yo espero en mi coche. Sale del baño y se detiene en la maquina de refrescos que está afuera. Lo veo caminar hacía el coche, con sus jeans demasiado flojos y rotos, su camisa de cuadros de franela y dos coca-colas de lata en las manos que no son light. “Seguro que no es gay”, pienso.

Llegamos a una casa en el Ajusco. Hace frío. U. conoce mucha gente. Se ve hermoso rodeado de la gente que quiere, sonriente. Yo tomo mucha cerveza para aceptar que la noche debe estar por terminar, que volveré a casa solo. Entonces él vuelve a mi y me propone salir al patio a fumar un churro. En el patio yo le cuento del último corto que filmé en la escuela de cine. “Me gustaría verlo”, me dice. “Lo tengo en mi iPod” contesto. “Sí, pero me gustaría verlo en una pantalla grande, no en la pantallita del Ipod” dice U. “Mi papá tiene una telesota y este fin no está en su casa. ¿Vamos? Sólo que está un poco lejos…” Lo que sea con tal de alargar esta noche, de vivirla hasta el amanecer.

Llegamos a casa de su padre: un departamento amplío y con libros por todas partes. Miramos mi corto en la pantallota. A U. le gusta mucho y a mi me encanta que le guste, que lo diga con su mirada verde y sincera. Ya es tarde, estamos medio borrachos y medio pachecos. Prefiero quedarme a dormir aquí y no tener que manejar hasta mi casa, aunque no vaya a pasar nada entre nosotros.

Nos acomodamos en un sofá-cama que está en el estudio. Se siente bien estar rodeado de libros, es un lugar seguro. U. se queda en boxers para dormir. Yo hago lo mismo. Intento no mirarlo demasiado para no incomodarlo. Su trato hacía a mi continúa siendo como el de dos amigos, al menos así lo siento yo. Y es que las miradas, aunque profundas, no acaban por ser directas. Las sonrisas, aunque francas, no terminan por ser una invitación a algo. Y yo, tan acostumbrado a la inmediatez sexual del mundo gay, quizá no entiendo ya las insinuaciones y la sutileza, he perdido la costumbre a ellas y no sé leer este tipo de señales…

En fin, nos acostamos en el mismo sofá, los dos en boxers, sin tocarnos. Nuestros cuerpos muy próximos. Las espaldas siempre han sido mi debilidad y la de U. es blanca, larga, de hombros fuertes, repleta de lunares. La miro con la poca luz que se cuela del exterior, entre las cortinas. Es la luz grisácea de la madrugada que anuncia el final de esa noche de viernes. Suspiro. Llevo mi mano a su espalda y comienzo a acariciarla, muy suavemente, casi sin tocarla. La piel de U. se eriza ante el contacto de mi mano. Sus actitudes querían ocultar algo que su propio cuerpo no puede negar. Se voltea lentamente hacía a mi, me mira. Sus ojos verdes me dicen que estando ahí esa noche no necesitamos nada más. Me quedo junto a él, a olvidar el mundo por unas horas. Lentamente acerca su rostro al mío, sus labios rosas y dulces a mi boca. Nos besamos largamente. Nos abrazamos, por fin.

Nos perdemos entre las sábanas. Enredamos nuestras piernas. El miedo y la duda desaparecen. Mis manos se deslizan por su espalda hasta encontrar sus boxers, los retiro lentamente. Hago lo mismo con los míos. Junto mi pene erecto con el suyo. Los miro muy juntos. Sonrío. U. sonríe también. Nos besamos todo el cuerpo. Paso por sus axilas, sus hombros, sus brazos llenos de vellos, bajo por su pecho hasta su abdomen, sus ingles, su pene, sus piernas velludas. Nos masturbamos. Una masturbación larga, tranquila, sin prisas. Cuando nos venimos la luz ya entra intensamente por la ventana.

Dormimos un rato. Me despierto y lo miro. Creo que está un poco incómodo, o quizá son ideas mías. “Tal vez no ha salido del closet. Tal vez esta situación lo confunde”, pienso.

Nos despediremos esa mañana, con un sol implacable y un calor insoportable, pensando que nos decimos adiós, sin saber que es sólo un "hasta luego". Una casualidad nos hará coincidir una vez más. Debí saberlo en ese momento, el destino no hizo que nos cruzáramos sin una razón. Pero esa mañana no lo supe. Afortunadamente tendría los ojos abiertos a la casualidad más tarde.