jueves, 29 de agosto de 2013

Sexo, vodka, poppers y nosotros dos.





Pasaba los últimos días del invierno intentando mitigar mi soledad, buscando sexo en bares, en sitios de encuentro y por supuesto, en internet. Una tarde de suerte lo encontré en uno de los sitios de ligue más populares de la red. No se veía particularmente guapo en sus fotos pero tenía una cara de pervertido que me excitó y, sobretodo, una gran capacidad para calentarme con sus mensajes, para provocarme erecciones fulminantes sólo describiendo qué se le antojaba que le hiciera y qué quería hacerme él a mi. Me invitó a su departamento y yo decidí ir, sin saber que estaba por encontrar al mejor amante que haya tenido, al hombre con el que tendría el mejor sexo de mi vida.

Me fui caminando de mi lugar al suyo, mirando como por fin el frío invierno de ese año comenzaba a marcharse y los árboles anunciaban la lenta entrada de la primavera. Pensaba en cómo las cosas habían marchado mal y en que pronto tendría que dejar esa ciudad, que me había dado tanto y que a la vez había sido tan dura conmigo.

Llegué a su departamento. Toqué el timbre. Subí las escaleras viejas del edificio lleno de esos nervios que siempre me dan cuando estoy por conocer a un nuevo amante, por esa mezcla extraña de excitación y culpa que me invade.

Me abrió la puerta un hombre alto, de barba cerrada, de ojos azules, pelo negro. Llevaba una camiseta sin mangas que dejaba ver los abundantes vellos de su pecho, unos jeans que, aunque flojos, dibujaban un escultural trasero. Sin duda, era mucho más guapo en persona.

Me invitó a pasar. Me quité las botas y nos dirigimos a la sala. La televisión estaba encendida y él estaba tirado en un sofá-cama, mirando algo que no recuerdo, creo que era una serie. “¿Tienes hambre?” me preguntó. “Algo” respondí. “Es que acabo de ordenar sushi, ¿se te antoja?”. “Claro, me encanta el sushi” contesté.

No recuerdo de qué hablamos exactamente, me parece que le conté que pronto dejaría la ciudad y él me dijo que no era de ahí, que trabajaba como barman en un lugar en el centro y que lo mejor de su trabajo era poder dormir de día, pasar las noches despierto y llevarse a casa algunas botellas de alcohol de vez en cuando. Recuerdo que me sentí cómodo en su espacio.

Llegó el sushi y comimos sobre el sofá, tomando vodka-tonic. Cuando terminamos, él recogió los platos y los llevó a la cocina, desde ahí me seguía contando cosas. Luego regresó con más vodka.

No paraba de hablar y con toda naturalidad se quitó la camiseta, dejando al descubierto su hermoso pecho y su abdomen lleno de vellos. Me dijo que me iba a mostrar el DVD de una película de la que me estaba contando, debía estar en la parte de abajo del mueble, entonces se agachó a buscarlo y pude ver sus escultural trasero dibujarse en sus jeans. Se movía para que lo viera y no se levantaba… Yo me acerqué lentamente hasta recargar mi pene erecto, que ya hacía explotar mi pantalón, sobre sus nalgas. Esto le tomó por sorpresa pero le gustó. Se levantó lentamente, sintiendo todo el tiempo mi verga dura sobre su trasero y entonces se giró hasta quedar frente a mi: su rostro muy cerca del mío, sus ojos azules hundiéndose en los míos, su lengua abriendo mis labios y entrando hasta el fondo de mi boca.

Me quitó el sweter y la camisa, me desabotonó los jeans. Yo lo arrojé sobre el sofá-cama, boca abajo. Levanté su trasero con mis manos y llevé mi cara ahí mientras le bajaba los jeans. Su trasero tenía algo de vello, que mi nariz olía y descubría, igual que mis manos, mi boca, todos mis sentidos.

Nuestros cuerpos se entendían de una manera especial, embonaban. No era necesario pedir o decir qué queríamos hacer porque nos intuíamos. Él sacó una botella de poppers que los dos inhalamos. Y estuvimos tirados en la cama durante horas, él mamando mi verga hasta el fondo de su garganta y yo jugando con su culo, hundiendo mi lengua en el orificio de su ano caliente, formando un perfecto 69 durante un largo rato.

Paramos un momento, mirándonos, felices de habernos encontrado. Tomamos más vodka. Inhalamos poppers otra vez. Nos mordimos los pezones, nos lamimos las axilas, nos chupamos los huevos, los pies, el culo. Él me puso un condón, mirando mi verga, encantado con ella. Yo me acosté en el sofá, él de pie frente de mi, bajando lentamente, preparándose para sentarse en mi verga dura que lo esperaba. Estuvo cabalgándome por horas. Luego se ponía simplemente de cuclillas y yo lo penetraba, primero suave, luego más duro, mientras él levanta sus huevos para que yo viera mi verga entrar y salir.

Cambiamos de posición varias veces. Lo recuerdo aún de espaldas y yo penetrándolo por detrás, mientras él separaba con sus manos sus nalgas peludas, redondas. Yo estaba muy excitado. Él gemía, pidiendo más.

Paramos varias veces, luego retomamos. Por las ventanas vimos el día partir y la noche llegar. No sé cuánto tiempo habrá pasado. Quizá por la mezcla de alcohol y poppers ninguno de los dos se había venido. Él dijo que ya le dolía el culo; lo dijo con una sonrisa, sumamente satisfecho, así que no me decepcionó no poder seguir. Nos echamos en el sofá y nos masturbamos hasta venirnos, yo sobre sus carnosos labios, él sobre mi velludo pecho.

Me duché, me vestí y me preparé para irme, pensando todo el tiempo si sería prudente pedirle su número de teléfono. Al final lo hice. “¿Qué te parece si cuando quieras cogerme me mandas un msj que diga ‘¿quieres tomar un vodka?’ Esa será nuestra clave” dijo bromeando.

Días después, caminando por el parque, le escribí para proponerle tomar un vodka pero él me dijo que estaba fuera de la ciudad, visitando a sus padres. Mi inseguridad me hizo pensar que era un pretexto y que lo nuestro había sido solamente de un día, pero una noche, cuando estaba a punto de irme a la cama mi celular sonó: era él y quería invitarme a tomar vodka a su departamento.






miércoles, 22 de mayo de 2013

Su amor no era sencillo...

Su amor no era sencillo. Uno padecía claustrofobia, el otro, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en las ventanas.

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Adaptación gay de un brevísimo cuento de Mario Benedetti.